martes, 6 de enero de 2009

Judit Marín, payasa de hospital y de Hospitalet.

Entrevista en El Periódico de Catalunya a Judit Marín:

--¿Es imprescindible su nariz roja?
--Es la identificación más clara de un payaso. La máscara más pequeña del mundo, suficiente para cambiar la percepción de una persona. Funciona incluso con niños que nunca han visto a un payaso. Es la nariz de los perros, y la de los animales en los dibujos animados. La nariz redonda y roja nos convierte en un reclamo que inspira la simpatía, ternura e inocencia de un animal.

--¿Qué se propone, al entrar en la habitación de un hospital infantil?
--Sacar del dolor durante unos minutos al niño que está allí ingresado y darle algún recurso para que, cuando se quede solo, pueda repetir mentalmente la escena. Mi objetivo prioritario no es distraerlo, sino dejarle un universo propio, hecho con los objetos que lo rodean, para que se construya un mundo mágico. Hay niños que pasan meses en la misma habitación, viendo la misma pared.

--¿Un universo ajeno al hospital?
--Claro. Si hemos estado conduciendo, porque la cama se ha convertido en un coche, podrá repetir el viaje. El palo del suero y los tubos de la sonda volverán a ser una moto o recuperarán los ojos y serán de nuevo un personaje con el que se puede hablar. La mesita será voladora, y la habitación entera se transformará en una playa, o en un bosque. Se trata de dejarle algo para que él pueda regresar allí cuando esté solo.

--¿Sabe cómo es cada niño?
--Antes de visitarlos en las plantas, o en los quirófanos, todos los payasos nos reunimos con las enfermeras. Ellas nos dan los datos importantes de los enfermos: edad, nombre, patología y peculiaridades físicas o psíquicas: si es sordo, ciego o tiene alguna otra deficiencia, si le falta una mano o una pierna, si ha sido maltratado... Con eso, empezamos.

--¿Con un niño que ha sufrido una mutilación pueden hacer bromas?
--Sí, se puede bromear sobre eso. Si el clown establece un buen contacto con el niño, no hay fronteras. Ha de surgir del juego, y hay veces en que la historia que estableces con él te lleva a eso. Si ha perdido una mano, mi objetivo no será hablar de la mutilación, pero es posible que el propio niño te plantee algo que alude a su mano perdida, y lo que no haré es ignorarlo. Al contrario.

--¿Le ha ocurrido?
--Estuve viendo durante muchas semanas a un niño de 14 años que había perdido las dos piernas porque lo atropelló un tren. Cuando yo llegué, ya había pasado el proceso inicial pero estaba depresivo y conmocionado. Poco después, él mismo proponía las bromas: nuestro juego mutuo consistía en que me daba prisas para que le trajera unas nuevas piernas con muelles, o de diseño Nike. Cada semana, me pedía modelos de extremidades distintas. Yo, por supuesto, lo seguí en la historia.

--¿Todo depende de la edad?
--Es superimportante. De 2 a 3 años es una edad conflictiva: les da miedo todo lo extraño y se asustan cuando nos ven. Para evitarlo, preparamos el ambiente desde fuera. Con los de 7 a 10 años, en cambio, podemos entrar con una energía bestial: está casi todo permitido. Convertimos las dos camas de la habitación en barcos piratas que entran en guerra.

--¿Y con los adolescentes?
--Son los más difíciles. Muchos son enfermos de cáncer y sienten mucha rabia por sufrir algo que les impide llevar una vida normal y que tiene un tratamiento que les cambia el aspecto físico. Están en una edad en que ya no quieren cosas de niños, incluidos los clowns, pero resulta que están en un hospital infantil. Tampoco son adultos por completo. Están muy encerrados en su mundo. Se sienten mal solo con vernos.

--¿Y qué hacen?
--Lo primero, un contacto visual. Valoramos cómo está la habitación, qué energía hay. La experiencia te enseña que, en el fondo, están deseando salir de su espiral de dolor. Quieren pasar de su historia. Yo les hablo de sus cosas: que si me he comprado una PSP (Play Station Portable), y se la enseño: es una libretita. Si no entran en lo que proponemos, mi compañero payaso y yo hacemos un casting para Operación Triunfo. Si él quiere, se engancha.

--¿Y si van a entrar en el quirófano?
--Vamos con ellos hasta la sala en que les ponen el pijama de operaciones, donde ya no entra su familia. Les explicamos qué verán, tanteando qué es lo que ya saben para no describir más de lo que sus padres quieren que sepan. Les advertimos de que verán muchas tortugas Ninja --sanitarios con pijama verde-- y que entrarán en una nave espacial donde tendrán que inflar un globo para que se eleve --la anestesia--. Normalmente, conseguimos que no lloren, o que se duerman riendo.

--¿Qué efectos tiene eso?
--Esta demostradísimo que si el niño entra tranquilo en quirófano necesita menos dosis de anestesia, con lo que despertará antes, y el posoperatorio será más rápido. Al despertar, estamos allí. La mayoría, nos reciben con una sonrisa. Es uno de los trabajos más agradecidos del mundo.

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